Desde hace un año vivo en esta maravillosa ciudad, Londres. Desde que llegué he podido presenciar innumerables cosas, pero nada como lo vivido hoy hace poco: la Boda Real del Príncipe William y Kate Middleton.

Es por eso que he querido regalarles mi experiencia en estas líneas de Diario Abierto, al igual que unas fotografías que pude tomar.

Madrugué  para poder tomar un puesto privilegiado dentro de una masa innumerable de asistentes a lo que ya se convirtió como la unión de la Realeza más vista, visitada, publicitada y seguida del Siglo. Con gran emoción, muchas expectativas y mi gran bandera de Venezuela en mano, a eso de las siete de la mañana, me ubiqué muy cerca del Palacio de Buckingham y de los estudios de televisión –que pude enterarme, tuvieron un costo de alquiler de 100 mil dólares–. Ríos de personas con franelas estampadas alusivas al evento, pancartas con mensajes para los novios y un sinfín de objetos alusivos al evento, salían de las estaciones de metro más cercanas para poder ver de cerca el desfile de invitados y hasta los mismos novios.

 

Camiones de limpieza comenzaban a pasar aspirando las hojas que habían caído durante la noche anterior, muchos policías montados en gigantescos y brillantes caballos, lucían su mejor uniforme con pulidos zapatos simulando perfección. Al rato, empezaron a probar el sonido de los altavoces con una música clásica que nos llegaba a los sentidos pudiendo imaginarnos que estábamos dentro de una película de época. La gente comenzaba a emocionarse.

La sensación que pude vivir es indescriptible. Ves gente de todas partes del mundo compartiendo, hablando mientras esperaban el desfile de carros que pasarían justo donde estábamos ubicados. Todos comentaban lo mismo, estaban allí para apoyar una boda que sin duda alguna era el evento del Siglo. Como diría aquella canción: ¡Sólo se vive una vez!

Comenzaron puntualmente como estaba escrito en el “itinerario real”. A las 10:15am salió el novio rumbo a la Abadía, el Príncipe William iba vestido de rojo y su hermano menor el príncipe Harry vestía de negro. Verlos de cerca fue suficiente para sentir esos nervios y emoción justo momentos antes de que las miles de cámaras televisivas los enfocaran hasta el destino final. Más tarde desfilaron en lujosísimos carros la Reina de España, el Primer Ministro Inglés y su esposa, el Príncipe Carlos (padre del novio) con Camila, hasta que por fin pasaron los dos autos más esperados: el de la Reina de Inglaterra y la protagonista de esta historia, la novia Kate Middleton junto a su padre. Todos lucían radiantes y felices. La gente tomaba fotos y gritaba cada vez que pasaba alguien. ¡Estábamos alborotados!

Cuando comenzó la misa, pudimos oírla por las cornetas apostadas a lo largo del recorrido real; muchos lloraron, al darse el “Si” los novios, todos aplaudíamos sin cesar y cuando el Arzobispo de Canterbury los declaró marido y mujer, la gente hasta se abrazaba, brincaba ¡una verdadera locura! Digna de celebrar.  Luego de todo eso, esperamos ansiosos la pasada de los ya esposos William y Kate en su carroza, impecables y muy bellos saludaron a la multitud en medio de un abultado número de caballos que escoltaban la carroza real; la misma que paseó a la fallecida Princesa Diana y al Príncipe Carlos hace 30años atrás el día de su boda.

Antes de que salieran todos al balcón del Palacio de Buckingham para saludar a la multitud que se apostaba ahí desde muchas horas y hasta algunos, tenían días esperando el momento, decidí retirarme porque debía cumplir con algunos trabajos periodísticos para Venezuela y República Dominicana, además de que la pila de mi celular se había descargado por el constante uso del Twitter. Sin embargo me fui tranquila y feliz de haber presenciado la boda que, sin duda alguna, fue una experiencia Real e inolvidable.


Por: Adriana Rodríguez B.
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